Mi cuerpo puede ser también un signo de peligro o de exclusión para las personas de color, negras y trans, para las personas con discapacidades o para las comunidades indígenas, así como para todas aquellas personas para quienes los espacios dominados por cuerpos blancos y normativos no resulten precisamente acogedores. Mi presencia bien podría sugerir que en cualquier
momento podría tener lugar una queja mezquina al gerente, o incluso un llamado —posiblemente fatal— a la policía. Es probable que quienes me rodean, así como la ciudad en general, prioricen mi comodidad por sobre la seguridad de esas personas.