Yo que nunca creí en el cielo ni en la salvación y que concibo la redención como un fantasma o un recuerdo…
Permíteme confesarte a ti, ángel subido a mi pecho: que de repente vi tus brazos salados abriéndose como dos nubes de agua, tu busto sinfónico inflándose como un huracán dentro de un volcán en erupción, tus ojos espumosos destapándose como las puertas de mi fe ante las certezas, tu boca llenándose de mandamientos impenetrables como rocas milenarias, tus piernas benévolas empapando mi suelo de flores anacaradas, tus dedos silentes ahogándose entre esdrújulas arrítmicas, marítimas y selváticas, tu voz glorificada disparando amor a mis labios resecos y perdidos…
…y aún no me creo este puto milagro divino.