La muerte inevitablemente traza una línea divisoria, no solo entre los que se quedan y los que se van, sino entre los que se quedan mutilados de las personas que se han ido y los que permanecen aún completos. La muerte primero agita, revuelve el cuerpo contra los muros de la casa. Después anestesia, va avasallando las capas de resistencia con las que, a lo mejor, contabas, hasta que de ti, que estás aquí y estás viva, tampoco quedan más que restos. Restos de lo que eras antes, las primeras veces que la pérdida golpea. Restos de lo que querías ser, de lo que soñabas ser, las siguientes. La muerte no solo se lleva por delante el resplandor centelleante de los recuerdos felices, sino que arrasa también el futuro en el que confiabas.