Elena Poniatowska

Muchas veces las gentes lloran porque encuentran las cosas demasiado bellas. Lo que las hace llorar no es el deseo de poseerlas, sino esa profunda melancolía que sentimos por todo lo que no es, por todo lo que no alcanza su plenitud.

Existo en la luz refleja de los demás.

Chiapas

Chiapas, carta de cerros enmarañados

de árboles y peñascos,

en tu cumbre yo dancé

entre hierbas y guijarros.

La voz del pueblo se oía

en el ritmo de mis pasos.

«Angelina, ¿qué no sabes que el amor no puede forzarse a través de la compasión?»

Cuando te fuiste, Diego, todavía tenía ilusiones. Me parecía que, a pesar de todo, seguían firmes esos profundos vínculos que no deben romperse definitivamente, que todavía ambos podríamos sernos útiles el uno al otro. Lo que duele es pensar que ya no me necesitas para nada, tú que solías gritar: «Quiela» como un hombre que se ahoga y pide que le echen al agua un salvavidas.

«Quiela, has sido una buena mujer para mí. A tu lado pude trabajar como si estuviera solo. Nunca me estorbaste, y eso te lo agradeceré toda mi vida». Tampoco en México te pesaría, Diego, te lo aseguro. Desde que salí de San Petersburgo, siempre supe arreglármelas sola.

Sabe que el cielo es un estado, un modo de ser, y no un lugar...

La enfermedad llegó sin aviso, traicionera, como una gran idea de soledad.

Lilus, niña mía, ¿cuándo aprenderás a encontrar tú sola la respuesta a esa infinidad de preguntas que te haces?

Lilus había visto horribles monjas en sus sueños. Caras de insensibilidad perfecta. Caras que ningún problema humano puede turbar. La inmovilidad de una cara es más terrorífica que las cicatrices y los ojos ciegos.