Se inclinó sobre Nathaniel. Elisabeth tragó saliva. Sin embargo, se limitó a llevarse su mano a los labios y besarla, como había hecho después de su invocación, aunque el dolor que le suponía hacerlo le deformaba el rostro y el hambre luchaba por controlarlo a cada segundo. Entonces, dejó la mano del joven, se levantó y se enfrentó al arconte.
—Silas —susurró Elisabeth.
El dolor se extendió como una ola por las facciones del demonio al oír su voz. Cerró los ojos para ahuyentar el hambre.
—No soy su igual —repuso con voz ronca—. No puedo luchar y ganarle. —Cada palabra le costaba—. Pero tengo la fuerza suficiente para ponerle fin al ritual y obligarlo a volver al Altermundo