Al declinar la existencia es indispensable tratar de reunir la mayor parte de las sensaciones que han atravesado nuestro organismo. Pocos conseguirán realizar así una obra maestra (Rousseau, Stendhal, Proust), pero todos serían capaces de preservar de tal manera algo que sin este pequeño esfuerzo se perdería para siempre. Llevar un diario o escribir a una cierta edad las propias memorias debería ser una obligación 'impuesta por el Estado'; el material que de tal forma se habría reunido después de tres o cuatro generaciones tendría un valor inestimable […] no hay memorias que no encierren en sí mismas valores sociales y pintorescos de gran importancia". Estas palabras, escritas por el estupendo narrador italiano Guiseppe Tomasi di Lampedusa de la Introducción a sus Recuerdos de infancia, sirven con mucha propiedad para resumir algunos de los mejores valores del libro de Carmen Rosa de Barth, Una vida de cualquiera.