Y pronto, en todos ellos, arraiga un deseo. Es el deseo, no, la necesidad (alimentada por el fervor) de proteger esa Tierra enorme y sin embargo diminuta. Esa cosa cargada de una belleza tan milagrosa y bizarra. Esa cosa que, dada la escasa gama de alternativas, es inequívocamente su hogar. Un lugar sin límites, una joya suspendida en el vacío, dotada de un brillo asombroso.