Volvemos a Didi-Huberman al pensar que muchas veces el trabajo del investigador en cine se aproxima a la arqueología, para descifrar y reconstruir. Las imágenes, sacadas de su contexto original, pueden ser verdaderas joyas para entender otros momentos y esas condiciones de producción. «Primero, el arte de la memoria no se reduce al inventario de los objetos sacados a la luz, objetos claramente visibles. Después, la arqueología no es solo una técnica para explorar el pasado sino también y, principalmente, una anamnesis para comprender el presente» (67). Y la emoción aparece en la pantalla, como en la cita de La rabia, de Pier Paolo Passolini, con el rostro de la mujer que se acaba de enterar de la muerte de su marido minero en una explosión, pero se expande a la sociedad, a la comunidad, y es mucho más profunda que la emoción individual (Didi-Huberman 2016, 30). Porque es justamente eso lo que ocurre con el cine, un arte-espectáculo que, desde sus orígenes, apeló a lo colectivo.