el problema, consideran que el avance será inevitablemente lento y gradual, porque no hay ninguna Gran Teoría Unificada sobre el cerebro acechando a la vuelta de la esquina.
El problema es doble. En primer lugar, el cerebro es sumamente complicado. Un cerebro —cualquier cerebro, no solo el humano, que ha sido el centro de muchos de los esfuerzos intelectuales descriptos en este libro— es el objeto más complejo del universo conocido. El astrónomo Lord Martin Rees señaló que un insecto es más complejo que una estrella, mientras que para Darwin el cerebro de una hormiga, que es muy pequeño pero puede provocar una gran diversidad de comportamientos, era “uno de los átomos de materia más maravillosos del mundo, quizás mucho más que el cerebro de un ser humano”. Esa es la magnitud del desafío que enfrentamos.
Este desafío conduce a un segundo aspecto. A pesar del tsunami de datos relacionados con el cerebro que producen los laboratorios de todo el mundo, estamos ante una crisis de ideas sobre qué hacemos con toda esa información, sobre lo que todo eso significa. Esto revela que la metáfora de la computadora, que nos ha servido tan bien durante casi medio siglo, quizás esté alcanzando sus límites, al igual que la idea de que el