¿Y si es verdad?, me pregunto. ¿Cómo tener la certeza de que no lo es? ¿Lleva razón Hannah Arendt cuando dice que los ateos somos «necios que pretenden saber lo que ningún ser humano puede saber»? ¿Y si es Francisco quien lleva razón? ¿Y si llevan razón mi madre y mi padre y don Florián y el padre Ernesto y los demás soldados de Bergoglio? ¿Y si la vida verdadera no es la que he vivido hasta ahora sino la que viviré tras la muerte, igual que la vida verdadera es la vigilia y no el sueño, aunque el sueño parezca vigilia mientras duermo? ¿Y si Nietzsche se equivocaba y el cristianismo no es una negación de la vida sino una rebelión contra la muerte y por eso la resurrección de la carne y la vida eterna están en su centro —igual que pedazos ardientes de lava en un cráter activo—, porque representan la afirmación de la vida más allá de la vida, más allá de la muerte? ¿Y si el cristiano de verdad no es quien cree en la resurrección de la carne y la vida eterna para consolarse de la muerte o por temor a la aniquilación, sino porque rechaza la muerte y se rebela contra la aniquilación y rotundamente se niega a morir y exige vivir más, más tiempo y más a fondo, hasta el fondo del fondo del tiempo?