A Ka le gustaba poner fin a los momentos de felicidad con el ansia de que la infelicidad posterior no fuera demasiado grave. Por eso creía que le tranquilizaría aceptar que İpek, a la que abrazaba más que con amor con dicha ansia, le apartaría de sí, que la posibilidad de intimidad entre ambos desaparecería en un instante como el hielo fundido por la sal y que su inmerecida dicha acabaría en un rechazo y un desprecio merecidos.