Demian / La leyenda del rey indio

yo sé muy bien que no existe nada tan agobiante para el hombre como tomar el camino que le conduce a sí mismo.

He pasado mi vida entera navegando hasta aquí y por fin he anclado en mi puerto.

–Jamás se llega al puerto –afirmó con dulzura–. Sin embargo, cuando dos rutas afines encuentran un punto de unión, cualquier lugar del universo es, por unos instantes, ese puerto.

Tú eres muy inteligente. ¡Los demás muchachos son demasiado estúpidos!

Aunque me dejara en paz un día, me sabía encadenado a él, y era la sombra que me aplastaba en todos mis sueños

Durante aquellos días viví en un estado de desquiciamiento notorio. En medio del orden y el sosiego de nuestra casa, yo me arrastraba como un fantasma torturado y solitario. Me aislaba del resto de la familia y no lograba olvidar mi angustia en ningún momento.

me dejaba llevar por el impulso de revivir juegos del pasado, regresando así a una etapa en que era un niño mucho menor, todavía puro y bueno, libre e inocente.

Pensé: “Ahora volverá, tiene que haberse dado cuenta de lo que me pasa. Volverá y me hará preguntas, podré llorar, me abrazaré a su cuello, se lo diré todo, se me derretirá el filudo hielo que tengo en la garganta y respiraré de nuevo, y... ¡Dios mío, será la salvación!” No, la tenue luz desapareció, y vino la oscuridad total.

Esta era la consecuencia de haber querido ser un hombre sin escrúpulos.

Pero no podía hacerlo. Tenía que cargar solo con mi culpa y mi secreto.

¿Y qué podía haberme inducido a inventar esa historia y enorgullecerme de ella como de una proeza? El demonio me apretaba sus amarras.