Es por tanto una suerte que el cuñado, un consejero áulico, encontrara a tiempo un puesto de ayudante de correos para Christine en medio del caos posterior a la revolución, un cargo miserablemente pagado en un pueblucho remoto. Sea como fuere: significaba un puñado de seguridad, unas cuantas tejas sobre la cabeza, un trozo de espacio para respirar, apenas suficiente para vivir y, más que nada, una forma de habituarse al aún más estrecho ataúd.