En ese momento, el príncipe tendió la mano hacia la suya, hacia la mano mecánica.
Cinder se puso tensa, aterrorizada ante la posibilidad de que notara el duro metal a través del guante, aunque mucho más aterrada de retirarla y de que el gesto le resultara sospechoso. Mentalmente ordenó a su extremidad robótica que fuera delicada, que fuera flexible, que fuera humana, mientras veía a Kai llevársela a los labios y depositar un beso en el dorso. Cinder contuvo la respiración, abrumada y muerta de vergüenza.
El príncipe le soltó la mano, hizo una breve inclinación de cabeza —el pelo volvió a caerle sobre los ojos— y abandonó la habitación.
Cinder estaba clavada al suelo, sintiendo el zumbido de los cables conectados a los nervios.
Oyó el gruñido lleno de curiosidad del doctor Erland, pero la puerta volvió a abrirse tan pronto como se hubo cerrado.
—Santo cielo —musitó el doctor Erland al ver entrar a Kai de nuevo.
—Discúlpeme, pero ¿le importaría que le preguntara una última cosa a Linh-mèi?
El doctor Erland giró la muñeca en dirección a la joven.
—En absoluto, adelante.
Kai se dirigió a ella, con medio cuerpo fuera de la habitación.
—Ya sé que tal vez no sea el mejor momento, pero créeme cuando digo que mis motivos responden a la pura supervivencia. —Hizo una rápida inspiración—. ¿Querrías ser mi invitada personal al baile?