Estoy acomodada en la entrepierna de mi compañero de sofá y él me acaricia. Me rasca la cabeza y se gana mi confianza. Acaricia mi frente y yo entorno los ojos, los pongo en blanco. Me achucha el cuello, palmotea mi lomo y un éxtasis recorre mi espina dorsal. Me retuerzo, me giro y ronroneo. Le obsequio con mis carnes más tiernas que él valora con interés de macho salido. Porque por mucho que yo me imagine gatita, él ve en mí una mujer despatarrada abandonándose toda. Entonces, a manos llenas toma mis carnes, acaricia mis axilas, masajea mi pecho, soba mi vientre y... claro, yo entro en celo, en uno de esos celos escandalosos que solo se sofocan al más puro estilo felino: por detrás y sin miramientos.