Otro ejemplo son los hallazgos científicos sobre cómo el estrés crónico desde antes del nacimiento aumenta la probabilidad de afectar la salud de los niños en etapas posteriores de su desarrollo físico e intelectual. Estas investigaciones provienen de disciplinas como la antropología, la lingüística, la pediatría, la psicología y la neurociencia (Lynn Goldberg y otros, 2015), y quienes se ocupan de diseñar políticas públicas para favorecer el desarrollo infantil han comenzado a incorporarlas.