El hijo predilecto

Lo que estaba a punto de hacer suponía negar todo cuanto había hecho hasta ahora: el haberse ido con Doi dejando de lado a Kayako, el haber alejado a su hija de Hatanaka, el no haber querido mudarse con ella a casa de su madre cuando tuvo la oportunidad

sintió pánico al darse cuenta de que la existencia de su hija se despegaba cada vez más de su cuerpo, del cuerpo de su madre. Que se muriera o se fuera de casa eran conceptos demasiado tangibles para Kōko, pero sí podía imaginar, cuando cerraba los ojos, cómo el cuerpo de Kayako era absorbido por masas de gente y terminaba por desaparecer.

Kayako es mía!», quiso gritar. No quería tener que razonarlo ni argumentarlo, tan solo dejar claro que era suya.

Había algo que se lo impedía. Por mucho que Kayako le respondiera o incluso la insultara, no podía culparla únicamente a ella. ¿Acaso no era Kōko la que había estado viviendo a su libre albedrío, yendo de acá para allá a su antojo? ¿No sería quizá ella la que se negaba a comprender que sus actos no eran razonables?

qué nos separamos, con lo bien que nos lo pasábamos juntos?», llegaba a preguntarse, casi convencida de que había cometido un error

pronto tuvo miedo de sí misma. Ni siquiera había sido capaz de enseñarle piano a su propia hija. No solo no había sabido darle nada, sino que le había arrebatado lo poco que tenía para continuar ella con su vida egoísta. Si al menos su madre estuviera viva tendría a alguien que la enderezara, pero había muerto seis meses antes de aquel recital. Ahora sí que no le quedaba nada.

Cuando los veía a los dos caminando de espaldas se echaba a temblar. Y, pese a ello, pese a temblar de miedo, siempre intentaba brindarle a Kayako un ratito más con él, para que disfrutara de la

solo preocupada por su incapacidad de decidirse por una cosa u otra, y esa inquietud lo dominaba todo, desde sus clases de piano hasta la relación con su hija.

forma a una familia. Una adulta y una niña no podían estar unidas más que por una línea recta. Y además, en esa línea, un punto estaba muy arriba y el otro demasiado abajo. Era una diagonal. Brindarle a Kayako otro punto sobre el que sostenerse no podía resultar en nada malo. Al contrario, sería un obsequio para ella, traído del lugar más insospechado…

personas. A Kōko le fascinó la repentina sensación de equilibrio que le transmitía esa cifra. Ni dos ni cuatro, sino tres. Un triángulo. Una forma madura y bella. El cuadrado estaba bien, pero el triángulo era la base de todas las formas. Era dominante, do, mi, sol, un acorde. De tanto oírlo había dejado de emocionarla, pero no había acorde más pleno, potente y suave a la vez. Con solo dos personas era muy difícil dar