Cuando uno se queda anclado en un odio, cuando uno no es capaz de sanar las ofensas o humillaciones recibidas, puede convertirse en alguien resentido, agrio y neurótico. Para evitar esas consecuencias negativas, incluso en los casos en los que quien provocó el trauma no tiene justificación posible, a la víctima le conviene «egoístamente» perdonar.