—¿Pero qué…? —jadeo, confundida. Luego veo el sudoroso pecho masculino y subo la mirada hasta sus brillantes ojos azules. Mis sentidos se tambalean sin control. Está tan cerca de mí que su olor me atraviesa como una inyección de adrenalina.
—Tu nombre —dice, jadeando, con los ojos desorbitados fijos en mí.
—Eh… Brooke.
—Brooke, ¿qué más? —pregunta. Tiene las fosas nasales dilatadas.
Su magnetismo animal es tan fuerte que creo que me ha robado la voz. Está invadiendo mi espacio personal, todo él, absorbiéndolo, absorbiéndome a mí, arrebatándome el oxígeno, y no entiendo cómo puede seguir latiéndome el corazón, ni cómo sigo ahí, tiritando de calor, con todo mi cuerpo centrado en el punto exacto en el que su mano ciñe la mía.
Libero mi mano con esfuerzo y miro asustada a Mel, que aparece detrás de él, con los ojos abiertos como platos.
—Es Brooke Dumas —dice, y después le suelta alegremente mi número de móvil. Muy a mi pesar.
Sus labios se curvan y sus ojos se encuentran con los míos.
—Brooke Dumas. —Acaba de follarse a mi nombre justo delante de mí. Y también delante de Mel.
Siento cómo su lengua gira alrededor de esas dos palabras, con su voz endiabladamente profunda, como sucede con las cosas que ansías probar pero sabes que no deberías, y el deseo crece entre mis piernas. Su mirada es penetrante y posesiva. Nunca me habían mirado de esa forma.
Da un paso hacia delante y desliza su mano húmeda en mi nuca. Se me dispara el pulso mientras él baja la cabeza para darme un breve y áspero beso en los labios. Me siento como si estuviera marcándome. Como si me estuviera preparando para algo grandioso, algo que podría cambiarme y arruinarme la vida.
—Brooke —gruñe, suave aunque intensamente, mientras se retira de mis labios con una sonrisa—. Soy Remington