Me grito hacia dentro y escucho a lo lejos el llanto de mi mami Checho, moquearse el agua gritando mija, ay, mija, Dios, por qué lo permitiste, Dios, por qué mi chiquita, mi Dios, por qué permites esto.
Pero el llanto es apagado en el junte de las cabezas a mi alrededor, en la mano de Sabrosura que se cose a mi mano como si nuestra piel no tuviera contornos. Lo que duele y sale me hace imaginar las carnes y aguas de mis ñañas y Sabrosura como una sola carne, como la plastilina que se mezcla y funde sus colores para hacerse una masa más grande, más poderosa y precisa.