El mundo vegetal, con su carácter efímero y cambiante, era motivo de contemplación y meditación. Si la flor emblemática de la antología imperial Manyô, del siglo VIII, había sido el ciruelo, que permanece en la planta durante meses, los árboles elegidos por Heian son el cerezo y el arce rojo como representaciones del paso del tiempo, una de las obsesiones femeninas.