apoyado en la nevera, desde donde disfruta de una vista panorámica de toda la cocina y, lo más importante, de su mujer.
No es porque sea guapa, ni hipnótica ni su lugar feliz, aunque sí sea todas esas cosas. No es porque esté enamorado de ella, ni interesado en lo que hace ni cautivado por la forma en que se mueve, aunque todo eso sea verdad.