Las durmientes

El miedo me lo quitó todo
menos la memoria.

No imaginé que se pudiera cargar con tanto dolor y seguir viva, como ella.

Esa misma madrugada, en sueños, se reencontró con el río. Como antes, entró y sintió los pies de hielo

Frente al altar y de un negro solemne, se hallaba su nuevo dueño.

Quiso tomarle la mano, pero frenó cuando supo que no encontraría consuelo ni valor. Quizás, si su madre hubiera estado a su lado podría haberle dicho algunas palabras. O tal vez no había nada que agregar a las de él. Deme las gracias por regalarle una vida digna con un hombre de bien, soltó la noche anterior.

dirías algo sabio. Algo que también decía tu mamá y tu abuela y las mujeres que vinieron antes de ellas.

Ver
es sangrar.
Vuelvo a intentarlo, el pinchazo es insoportable, pero finalmente logro levantar lo que, creía, era el piso del costurero. Encuentro un montón de sobres, todos unidos por un hilo negro.

El único detalle que tiene son algunas picaduras en la decoración dorada. Soles, lunas, estrellas dibujadas a mano alzada.

me convenzo y tomo el costurero. Es muy pesado, me cuesta afirmarlo y todavía más bajarlo. Lo hago lento, no me puedo caer, no debo hacer ruido. Cuando por fin llego al suelo, me siento frente a él. Lo he visto tantas veces cerca de la nana, encima de la cama mientras ella cosía y yo pintaba, pero no llamaba mi atención. No como ahora

estoy frente al costurero,