Mi relación no es con el alcohol en sí. No, al menos, con todas las formas del alcohol. Yo tomo cerveza. Me gusta la cerveza. Sus burbujas contenidas, el sabor amargo que de forma instantánea el cuerpo rechaza perque es —con el tiempo— lo que permite una ingesta potencialmente infinita; el hecho de que se tenga que tomar helada. Ese momento de duda cuando me siento en un bar y me preguntan qué voy a tomar; nunca un agua con gas o una Coca Cola. Si me siento en un bar con un libro, pido una cerveza. Si me siento frente a la computadora a escribir, abro una cerveza. El so