—Nuestra vida y el mundo del más allá son igualmente incompresibles y terribles. Quien se asusta de las apariciones, debe asustarse también de mí, de esas luces y del cielo, pues todo eso, si se para uno a pensar, no es menos ininteligible y fantástico que los espectros del otro mundo. El príncipe Hamlet no se mataba porque temía que las apariciones pudieran turbar su sueño en la tumba; su famoso monólogo me gusta, pero, para serle sincero, nunca me ha conmovido. Reconozco que a veces, en momentos de angustia, me he representado la hora de mi muerte; mi imaginación creaba por millares las más sombrías apariciones, llegaba a un extremo de exaltación torturadora, hasta la pesadilla, pero le aseguro que nada de eso me parecía más terrible que la realidad.