El último juramento

–Son hombres.

–¿Por qué lo dice?

–Porque si hubiera habido al menos una mujer involucrada, no habrían concluido en que un hombre que llevaba un día de trabajo tendría más información que una mujer que llevaba dos años en la oficina.

No soy como tú, pero, aun así, me siento más como yo mismo cuando estoy contigo.

Mientras que Edwin tenía suerte si recordaba saludar a sus conocidos con la cabeza al verlos en la calle.

Él lo absorbió todo, hasta que los lazos de conexión estuvieron solo en el salón, luego dentro de su pecho, su garganta; el mundo entero alojado allí, listo para brotar como rayos de sol si abría la boca…

Y luego solo estaban él y Robin, de rodillas en el suelo.

Él avanzó a ciegas y lo besó.

Fue un mal ángulo. Edwin no besaba a nadie hacía años, por lo que era un idioma que su boca llevaba mucho sin hablar, así que sonó con la cadencia equivocada y la gramática enmarañada.

El joven logró contenerse para no decir algo insensato como luces como una pintura de Turner, y quiero sentir tus texturas con los dedos. Eres lo más fascinante en esta hermosa casa. Quisiera enseñarle mis puños a quien te haya acostumbrado a no hablar de las cosas que te interesan. No eran palabras para decirle a un amigo. Eran su propia fórmula mágica, expresión del deseo de convertir una cosa en otra. Pero ¿y si la magia se volvía amarga?

un libro acerca de la responsabilidad que le debemos a los lugares que habitamos

Solo lo imposible era seguro. Lo que tenían era inverosímil, no imposible, y eso lo hacía peligroso.

Robin había dicho que los trataba como hermanos, pero Edwin había argumentado que él tenía un ejemplo de hermandad muy superior. Luego él había hecho una mueca y había acusado a Edwin, de forma amigable, de jugar al abogado solo porque su hermano era un asesino sádico.

Tuvo la sensación de que brotaba fuego de las manos de Edwin que devoraba ramas secas y se volvía más caliente y salvaje que cualquier cosa que hubiera visto hasta entonces. Jadeó y tomó una inhalación casi dolorosa, al tiempo que su cuerpo rebosaba con los resabios del placer.