Le pica todo, menos los sobacos, que resisten como la única parte de su cuerpo que aún recuerda a algo hermoso, papel celofán, piedra, brezo, con los folículos tiernos y rosas como los de un bebé. Nunca le ha crecido mucho vello ahí. Se lo sacaba con pinzas. Ahora no es necesario. Ya ni siquiera huele, aunque sí suda, un sudor falso, de estatua de cera