15 de febrero de 1942
Hoy he decidido apuntar mis pensamientos contra la muerte tal como me vienen por azar, sin ninguna coherencia y sin someterlos a un plan tiránico. No puedo dejar pasar esta guerra sin forjar en mi corazón el arma que venza la muerte. Será atormentadora y alevosa, como a la muerte le corresponde. En tiempos felices quería blandir el arma entre bromas y amenazas insolentes; imaginaba mi acto de matar a la muerte como un baile de máscaras, quería acercarme a ella en cincuenta disfraces, todos conjurados. Pero ahora ha vuelto a cambiar de máscaras. No contenta con los triunfos corrientes del día a día, golpea a diestro y siniestro. Tamiza el aire y el mar, tanto lo pequeño como lo grande le resultan familiares y agradables, lo ataca todo a la vez, no se toma tiempo para nada. Por tanto, a mí tampoco me queda tiempo. Tengo que agarrarla donde pueda y clavarle aquí y allá las primeras frases que encuentre a mano. No puedo fabricarle ataúdes por ahora y menos aún adornarlos y todavía menos poner los ataúdes ornamentados en mausoleos rodeados de rejas.
Pascal murió a los treinta y nueve años, yo pronto cumpliré los treinta y siete. Si mi destino coincidiera con el suyo, me quedarían apenas dos años, ¡cuánta prisa! Él nos dejó sus pensamientos desordena