Hubo alguien llamado Empédocles –como por azar, Freud lo utiliza de vez en cuando de tirabuzón– de cuya obra no conocemos más que tres versos, pero Aristóteles extrae muy bien las consecuencias de ellos cuando enuncia que, a fin de cuentas, Dios era el más ignorante de todos los seres, según Empédocles, porque no conocía nada del odio… Si Dios no conoce el odio, según Empédocles, está claro que sabe menos de él que los mortales[7].