La supuesta aproximación científica de Skinner, dijo Chomsky, era una simple regresión a una desacreditada psicología mentalista. No podía ofrecer ninguna verdadera explicación de cómo los seres humanos, que en este fundamental aspecto son diferentes de todas las demás formas de vida conocidas, pueden adquirir y usar el instrumento del habla, infinitamente complejo, innovador y creativo a todos los niveles. Chomsky vio –y esto ha sido, según creo, su idea más perspicaz– que un modelo válido de conducta lingüística tiene que explicar el extraordinario hecho de que todos nosotros, perpetuamente y sin esfuerzo, usemos cadenas y combinaciones de palabras que nunca hemos oído con anterioridad, que nunca nos han enseñado concretamente y que, como es totalmente evidente, no surgen como respuesta condicionada a ningún estímulo identificable de nuestro entorno. Casi desde las etapas más tempranas de su vida lingüística, el niño será capaz de construir y de comprender un número fantástico de enunciados que son completamente nuevos para él pero que, de algún modo, sabe que son frases aceptables en su lengua. A la inversa, muestra rápidamente su instintivo rechazo (es decir, su incapacidad para entenderlos) de órdenes de palabras y colocaciones sintácticas que son inaceptables, aunque tal vez no se le haya advertido concretamente de ninguno de ellos. En todas las etapas, desde la primera infancia en adelante, el uso humano del lenguaje va mucho más allá de todo precedente «enseñado» o formal, y mucho más allá de la agregación de la experiencia