Lujuria. Libro 1

—Mátenla —ordena dándome la espalda, y sus hombres alzan las armas, consiguiendo que los Halcones hagan lo mismo.

—¡Vamos, Ilenko! —Doy un paso más—. Los Halcones van a acabar con la sala en un abrir y cerrar de ojos si me tocas un pelo.

—¡Armas abajo! —pide Ali Mahala.

—Antoni te manda a decir que tengas cuidado, que las cunas de Trotski no son un sitio seguro —le suelto—. ¡Así que baja las armas!

—Si envuelvo el cofre… —pregunta sacándose las bragas del bolsillo—, ¿qué agrego yo a mi colección?

lidiando con la urgencia de tenerla de nuevo en mis brazos, de besarla y apreciar la deslumbrante belleza que se carga.

puesto que me condenaste a tu presencia y ahora siento que mi vida no tiene sentido.

si mide menos de quince centímetros no es un pene, es una pena.

Soy fan número uno de los penes.

—No. —Guardo el control pasándome la modestia por el culo—. Cómprate uno. Si no te alcanza el sueldo, dime y te regalo lo que falta, que a mí sí me sobra.

—Te están mirando mucho —me dice ebria—. Me estoy poniendo celosa.

Qué bien. —Toma varias y las arroja en la canasta—. Es justo lo que traigo puesto.

Nada de prendas que me dificulten el acceso —advierto—. Me gustan los vestidos cortos y sueltos.