Si aceptamos la afirmación de Walter Benjamin de que el capitalismo es una religión, la crítica más radical del capitalismo –y, de hecho, la única posible y verosímil– ¿no será la articulada por la religión? Por eso, con la ayuda de san Agustín, intento elaborar una respuesta a la pregunta planteada. La matriz capitalista en la que funcionan las prácticas imperiales solo puede ser objeto de una crítica relevante si dicha crítica abraza cierta teología, pues, de otro modo, el Imperio prevalecería siempre, como lo ha hecho hasta ahora, gracias a su diabólica capacidad de adaptación al mercado.