Una filosofía del miedo

Los estoicos estaban convencidos de que no son las cosas, sino la representación que nos hacemos de ellas, lo que afecta a nuestra alma. Por eso dominar el discurso, que era un modo de dominar la representación, había de permitirnos curar el alma

¿Qué hacer en esos casos? ¿Cómo lidiar con esa ansiedad que nos inflige una irritante sensación de impotencia? ¿Cómo resistir a la tentación del miedo, que nos ofrece una imagen simplificada del mundo? Para empezar, odiando; odiando a alguien concreto y, si puede ser, más débil que nosotros.

El miedo fundamental de la imaginación es el «horror vacui». Todos los demás miedos derivan de esta especie de pecado original cognoscitivo. Para acallar su ignorancia, la imaginación inventa dogmas. Prefiere infligirse infiernos en vida a no saber qué demonios es la muerte. Prefiere inventar conspiraciones terribles a ignorar la razón de las azarosas catástrofes que nos afectan periódicamente. Como los cartógrafos medievales, dibujamos cinocéfalos y dragones en los extremos de los mapas. Sería mejor dejarlos en blanco, como hizo por primera vez Abraham Cresques, en su célebre Atlas catalán del siglo XIV. La ignorada fuente de nuestra ignorancia es no saber no saber. Somos imaginarios enfermos. Y el corte de esta sangría solo puede practicarse con la navaja de Ockham.

A la imaginación asustada también le encanta especular. Su especialidad es sobreinterpretar nuestros infortunios, atribuyéndoles causalidades o significados sorprendentes.

«Colabore con la dictadura, tortúrese.»

La inmensa mayoría de los peligros que imagina no van a suceder. Pero todos esos miedos imaginarios igual van a tener un efecto muy real. Porque cuanto más preocupados y angustiamos estemos, más disminuida se verá nuestra calidad de vida. Quien teme morir ya está muerto de miedo.

El problema empieza cuando el miedo le hace luz de gas a la imaginación, para quedarse con su fortuna, que es la potencia y la libertad.

Si no somos capaces de imaginar una alternativa, ¿quién controlará a «la realidad» que está en el poder, y que pretende imponerse como la única realidad posible? Aquella persona o colectivo que pierde la capacidad de imaginar alternativas (otra razón más para defender la importancia de las humanidades) caerá en una especie de claustrofobia ontológica, y, lo que es peor, en la tiranía de la realidad única. Nada más necesario, pues, que la fantasía para garantizar un buen sentido de la realidad.

La imaginación es una especie de memoria creativa que, mediante la combinación de experiencias o recuerdos anteriores, nos permite considerar situaciones alternativas y pensar en los medios para construirlas. El placer adelantado que sentimos cuando pensamos en un suceso deseado, como la finalización de una obra (lo cual es mi caso, aunque cada vez tengo menos prisa), sirve como una incitación a prepararlo o perseguirlo.

Según Aristóteles, el miedo es «una aflicción o desbarajuste de la imaginación» que se produce «cuando está a punto de sobrevenir un mal destructivo o aflictivo». No toda imaginación es mala, sino solo aquella que se halla afligida.