Supongamos que Andrómeda es una galaxia decente, compuesta de anticuada materia, y que yo pase en ella diez años explorando de un lado a otro, y que luego dé la vuelta y regrese a casa. Se imaginarán que por mi hazaña me acogería un estruendoso recibimiento en Nueva York. Nada de eso. Yo tendría unos cincuenta años más, pero la Tierra habría envejecido en más de cuatro millones. Todos mis amigos habrían muerto; nadie hablaría mi idioma, ni inglés ni húngaro; los científicos tendrían que descifrar lentamente mis notas. Viviría una nueva raza que nosotros podríamos considerar como una extraña y horrible especie nueva, pero que sería en realidad muy superior y mucho mejor que la nuestra. Y lo que harían conmigo, ejemplar de una antigua, fabulosa, irracional y extinta raza, es evidente. Me encerrarían en un parque zoológico.