—¡Querida! ¡Reflexione! ¿Queda otra cosa que hacer? ¿Qué? –respondió el irlandés–. ¿Qué otra ocupación hay en la tierra para un hombre activo, sino casarse con usted? ¿Qué otra alternativa al matrimonio que no sea dormir? El matrimonio no es la libertad, Rosemonde, yo lo sé. A menos de desposarse con Dios, como lo hacen nuestras monjas en Irlanda, es necesario que se despose usted con el Hombre, es decir, conmigo. Fuera de eso, lo único que le queda que hacer es casarse con usted misma, vivir sola con usted misma (usted, usted, y siempre usted), sola con el solo compañero que nunca está satisfecho y que jamás satisface.