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Martin Amis

Perro callejero

Xan Meo es un hombre de múltiples talentos: actor, músico, escritor, y también hijo de un célebre delincuente. Una noche, Xan se sienta a tomar una copa en la terraza de un pub y, al poco rato, dos hombres le parten la cabeza a cachiporrazos. Tras una difícil convalecencia será otro. Deberá acostumbrarse a su nuevo ser, como todos los que le rodean, porque Xan se convertirá en un antimarido, en un antipadre, movido por impulsos primarios y con una sexualidad muy perturbadora. Pero hay otros personajes que inciden en la vida de Xan. Clint Smoke, un periodista de un diario amarillista volcado en la pornografía y las noticias de escándalo, y también Henry England, el rey de Inglaterra y padre de la Princesita, a la que alguien ha fotografiado desnuda en su bañera. También está el misterioso Joseph Andrews, como una araña en el centro de una vasta red. Y en el núcleo de todo: Edipo, los padres como posibles corruptores devoradores de sus hijos, el difícil pasaje a la madurez.
437 printed pages
Original publication
2007
Publication year
2007
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Quotes

  • Haroldo Piñahas quotedyesterday
    Poco más tarde, Sintecho John regresó a casa, con su rótulo de SIN TECHO. Solía dejarlo apoyado contra el armario mientras dormía. Y lo dejó ahora apoyado contra la mesa mientras la madre de Sintecho John le preparaba el desayuno.

    –Te encanta ese cartel, ¿verdad? –le preguntó su madre.

    –Es que está muy bien hecho. La mayoría de los que los llevan lo escriben con bolígrafo en un trozo de cartulina. Y es deprimente, de veras. Ni siquiera se lo llevan a casa consigo. Lo tiran, y a la mañana siguiente hacen otro nuevo. Yo no podría hacer eso. Mi rótulo es como una bocanada de aire fresco.

    Y era cierto. El rótulo de SIN TECHO de Sintecho John era un rótulo aburguesado. En la madera clara había pintado un sol amarillo, una luna blanca y estrellas plateadas; luego, debajo, la palabra sintecho, en mayúsculas y con comillas: «SINTECHO».

    –Me gustaría que no lo llevaras, ya sabes –dijo la madre.

    –Es sólo un trabajo de verano, mamá.

    –Ese letrero...

    –¿Qué pasa con mi letrero?

    –Todo el mundo te ve llegar por la calle silbando, con tu rótulo de SIN TECHO y la llave de la puerta de casa. Te sientas aquí a tomar el té sin soltarlo. Me hace sentir como si esta casa no fuera un hogar.

    –Yo haré que te sientas en casa en un minuto. No seas tonta, mamá. ¡Pues claro que es un hogar! El letrero es sólo mi herramienta de trabajo. Y por eso soy una estrella fuera de aquí: un fuera de serie. Gané un dineral la semana pasada.

    –Y oí que te llamaban «Sintecho» en el pub.

    Se le ocurrió una idea. La estimación en que tenía su cartel, ya muy alta, subió un nuevo escalón:

    –Mira las comillas, mamá. Pregonan que no soy «realmente» un sin techo.

    La madre de Sintecho John estaba adoptando una expresión de apesadumbrada súplica. Le dio una palmadita en la cabeza y le dijo:

    –No te quedarás si llueve, ¿verdad, cariño?

    –No, mamá. Volveré a casa.

    Y lo haría. Enarbolando bien alto su letrero bajo la lluvia.
  • Haroldo Piñahas quoted2 days ago
    El cielo cae, y yo no puedo decir si...

    Rígido ahora, como la estatua de un tirano derrocado, se desplomó de lado en el húmedo pavimento, y allí quedó inmóvil.
  • Haroldo Piñahas quoted2 days ago
    Por primera vez, Meo pensó que algo más iba mal. Los cálculos que estaba haciendo interiormente podrían resumirse así: los quince centímetros que le saco de altura compensan los trece kilos que pesa más que yo, y en lo demás (edad de uno y otro) la diferencia real es cero. Así que sería un cuerpo a cuerpo. Y el tipo parecía despreocupado y torpe para enzarzarse en un cuerpo a cuerpo. No podía ser tan bueno: no había más que fijarse en su traje, en sus zapatos, en sus cabellos.

    –Lamentarás esto, muchacho.

    Pero hay otro actor en nuestra escena. Pues resulta que voy al Hollywood, pero acabo en el hospital. Un hombre (porque se trata de un hombre, es un hombre, siempre hay un hombre: un pecador, un ser que caga, come, respira...) que ahora se acerca rápidamente a él por detrás. Mal es violento, y Xan es violento, pero en el rostro y el aura de este tercer protagonista se aprecia la falta de todo cuanto los seres humanos han llegado a convenir: todos los tratados, concordatos, acuerdos. Es un hombre pálida y vulgarmente calvo. Sus cejas y pestañas parecen haber sido extirpadas o incluso quemadas a soplete de su rostro. Y el vaho que sale de su boca en este anochecer no demasiado riguroso es como el chorro pulverizado de un aspersor, alcanza hasta la distancia de un brazo.

    Xan no oyó pasos; lo único que alcanzó a oír fue el susurro apagado del relleno de la pesada porra. Y enseguida el empellón de dos dedos que se clavaban en su hombro. No tenía que haber ocurrido así. Los otros esperaban que se volviera, pero no se volvió: inició el movimiento de giro, pero se desvió y se agachó para escabullirse. Por eso el golpe, que pretendía meramente partirle el pómulo o la mandíbula, fue recibido en pleno cráneo, esa espaciosa caja (en este caso aún frondosa) que sirve de seguro estuche a tantas nobles y delicadas facultades.

    Se desplomó, se dobló por las rodillas, completamente vencido: rendidas ante su enemigo su doncellez, su alma de niño. La acción física hizo rodar el vaso de su Dickhead, que cayó al suelo. Oyó su chasquido, el chasquido de sus rodillas seguido por el chasquido del vidrio rajado. El mundo dejó de girar, y enseguida comenzó a dar vueltas de nuevo..., pero de otra forma. Sólo entonces, después de un latido, el gorrión se levantó con el batir de sus alas: aquel pequeño fisgón había presenciado todo.

    ¡El cielo se desploma!

    Después, las palabras «¡Toma! ¡Toma!», y un segundo y lacerante golpe.

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