Cárcel de mujeres

Estábamos frente a frente, y yo, que nunca supe vivir, quedé sujeta a la vida; y él, que tan cabal se daba a ella, que nada sabía de ese otro modo de morir que tienen algunos, cayó.

Cuando uno vela, el cansancio de los años vividos y su esterilidad quebrantan casi hasta los huesos

enhebra un rosario de obscenidades cuya fluidez delata su uso cotidiano;

El fragmentarismo es el elemento que desestabiliza la certidumbre en torno a cualquier definición.

Para un sector del pensamiento francés, la escritura, en cuanto volumen y petrificación, cita la muerte. Esto ha abierto un haz de significaciones que convierten el acto de escribir literatura en una práctica radical.

A menudo me sorprendo ensimismada, de pie; en el centro del cuarto; igual que muchos, seguramente, antes que yo; igual que hoy mismo muchos otros en las cárceles del mundo.

Quizá hay climas morales que al saturar inficionan, y yo recuerdo mucho que el transcurrir de esas horas, de esos días, era denso, atribulado y estaba como regido por las leyes mudas de la muerte.

Cuando un prisionero piensa en la palabra destino, esa palabra se agiganta callada, extendiendo la fatalidad de sus tentáculos hasta estrangular la vida.

Sin embargo, allá en el fondo de ti, está tu vencido corazón mirando; éste sabe, sin aspavientos, que el mal no participaba de la naturaleza de tu ser; sabe eso y tantas cosas; sabe también que aquello no debió venir, porque era entonces cuando, precisamente, el ser desolado pedía que esa vida de él se quedara un poco cerca de la vida ya enferma de uno. Que se quedara como estaba, simple y amable lazo entre el mundo real y el que dentro de ti perecía, quedo.

Pero, un tiempo después, el más extraño de los amigos me habló largamente de la humildad: la abordaba él como una actitud de serenidad frente a las cosas todas, no como una ofrenda para compensar, frente a sí mismo, un hecho. Y, pues, esa actitud a la que él aludía es la única paz que a veces alcanza hasta el espíritu sombrío.