Estoy cansado de oír charlas sentimentales respecto al matrimonio. En las bodas, en la iglesia, en la Escuela Dominical, mucho de lo que se dice no tiene más profundidad que lo que podemos leer en una postal comercial al uso. El matrimonio es, sin duda, muchas cosas, pero nunca mero sentimentalismo. El matrimonio es verdaderamente algo maravilloso, pero también algo muy duro. En el matrimonio, hay gozo y potenciación, pero también sangre, sudor y lágrimas; derrotas que nos enseñan humildad y victorias que nos dejan exhaustos. No conozco ninguna pareja que, a las pocas semanas de casados, puedan hablar de su matrimonio como un cuento de hadas hecho realidad. Por eso, no ha de sorprendernos que la única frase de referencia en el conocido discurso de Pablo en Efesios 5 sea la que encontramos en el versículo arriba citado. Hay días en los que, tras agotadores esfuerzos por tratar de llegar a un mutuo entendimiento, lo máximo que se puede hacer es suspirar y reconocer que '¡El matrimonio es un profundo misterio!'. Son muchas las veces en las que nos encontramos perplejos ante un puzzle que no sabemos cómo resolver, en un laberinto del que no sabemos salir.