Deja que baje contigo —le pedí—. Déjame echar una mano.
Poseidón sonrió, entornando los ojos.
—Todavía no, muchacho. Intuyo que van a necesitarte aquí. Lo cual me recuerda… —Sacó un dólar de arena (un caparazón plano y redondo de erizo) y me lo puso en la mano—. Tu regalo de cumpleaños. Gástalo con tino.
—Eh… ¿gastarme un dólar de arena?
—Claro. En mis tiempos, podías comprar un montón de cosas con uno de éstos. Creo que descubrirás que aún tiene un gran valor si lo utilizas en la situación adecuada.
—¿Qué situación?
—Cuando llegue el momento lo sabrás