En cuanto se sentaron, ella lo abrazó con fuerza. Silas se quedó muy quieto, con los músculos tensos. Después, tras una pausa delicada, suspiró y le apoyó una mano en la espalda.
—Lo siento —le dijo ella con el rostro oculto en su hombro.
—No es nada.
Sí que lo era. Lo quería. Lo quería tanto como quería a Nathaniel, con una intensidad casi insoportable.