Camino por el Boulevard Haussmann, luego por los pasillos de los grandes almacenes Printemps, alterada, sin poder fijar la atención ni tampoco el deseo en los artículos de moda expuestos. Malestar por haber sido elegida, entre todas las mujeres con bolso, en un momento dado, para figurar, sin mi consentimiento, en un guion corriente de robo. Solo una vaga humillación, acrecentada por la actitud indolente del chico, su tranquila frase de disculpas, dando a entender que su carterismo es un juego arriesgado en el que unas veces se gana —únicamente él podría decir cuánto— y en el que hay que tener fair play cuando se pierde. Me sentí aún más humillada de que tanta maestría, habilidad y deseo tuvieran por objeto mi bolso y no mi cuerpo.