El verdugo

notó a un hombre de más de cuarenta años que la observaba del otro lado de la calle. Ella sonrió pero no obtuvo respuesta.

Era alto, con una buena constitución física y apuesto al estilo de estrella de cine, con ojos azul oscuro y mandíbula fuerte y cuadrada.

Avanzaron por la avenida Yukon y giraron a la izquierda en el boulevard Artesia. Darnell Douglas iba al volante. Ryan Turner iba cómodamente sentado en el asiento del acompañante, sus

Turner. −El hombre le ofreció la mano−. Ryan Turner

Darnell comprobó rápidamente su reflejo en el escaparate de la tienda. Era un hombre negro bien parecido con la cabeza afeitada y una perilla perfectamente rasurada sobre una mandíbula cuadrada. Se acomodó la corbata azul y blanca a cuadros y se encaminó hacia el cliente.

Este es mío.

Necesito la habitación por algunos días. Quizá más.

El gordo frunció el ceño y miró escépticamente al huésped de un metro ochenta y ocho.

−Pagaré en efectivo.

¿Cuánto mides, Mike?

−Uno noventa y tres, ¿por qué?

−¿Y tú, Carlos?

−Uno ochenta y ocho.

−Ven aquí. −Hunter le indicó a Garcia que se acercara−. Camina conmigo lentamente −le dijo a su compañero cuando estuvo junto a él−. Quédate más o menos a treinta centímetros de la huella. Y camina de manera natural. Empieza justo aquí. −Hunter indicó un punto en el suelo exactamente detrás del centro del altar.

Le llevó el pedido a un hombre de mediana edad que estaba sentado solo, y al dejar el plato sobre la mesa él le tomó la mano:

Discúlpame, cariño −le dijo el más alto de los cuatro hombres que estaban sentados en la mesa del rincón del anticuado restaurante a la camarera morena que pasaba caminando por al lado.

Algo cambió en la pantalla del ordenador y Tyler la miró con rabia durante un segundo−. Hablamos por teléfono algunas veces. Me llamaba de vez en cuando para mantenerme al día con el tema de las visitas.