—Bueno, supongo que es mejor que empiece a practicar —farfulló—. Ya sabes, para cuando estemos con tus padres.
Esbocé una gran sonrisa.
—Como mi novio.
—No, como tu novio, no —murmuró justo antes de soltar un hondo gruñido—. Hostia puta, me acabo de dar cuenta de una cosa.
—¿De qué?
—La hija de mi jefe es mi novia.
Partiéndome de risa, le di unas palmaditas en la espalda.
—Así es.