El tambor de hojalata

Störtebeker abrió la puerta de la bodega, hizo una señal a Carboncillo, dejó saltar de la manga de su chaqueta la hoja de un cuchillo de paracaidista y dijo, más a la banda que al mecánico: —Somos monaguillos y estamos preparando un nacimiento para Navidad.

—Bueno, ¿sois políticos de veras, o monaguillos preparando algún Nacimiento para la Navidad?

Antes de que Moorkähne, que sonreía sin saber qué responder, pudiera decir nada, Störtebeker le contestó, en forma impresionantemente reposada: —Éste es nuestro Jesús.

Nada tenemos que ver con los partidos; nosotros luchamos contra nuestros padres y contra todos los demás adultos, lo mismo si están a favor o en contra de lo que sea.

Óscar no quería nada de segunda mano y por consiguiente, quería inducir a su hijo a obrar del mismo modo y hacer de él —y en esto radicaba mi error de lógica— un tambor fijado permanentemente en sus tres años. ¡Como si para un hombre joven y lleno de ambición la sucesión de un tambor no fuera tan aborrecible como la de un negocio de ultramarinos!

Una mala costumbre muy extendida hace hoy de todo jovenzuelo que haya falsificado una pequeña letra de cambio, se haya ido a causa de ello a la Legión Extranjera y vuelto a los pocos años algo más viejo y contando historias, un Ulises.

HERZOG: No precisamente. Aquí ya no creemos prácticamente en nada. ¿Verdad, Lankes?

LANKES: ¡Sí, mi teniente, en nada!

¡Oh, orgullo paterno, que buscas siempre palabras altisonantes!

Realmente los jóvenes de fuera del sanatorio son raros y propensos al manierismo.

Nos reímos juntos por espacio de unos tres cuartos de hora a propósito de algo digno de olvidarse.