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Laird Koenig

La chica que vive al final del camino

  • Yaneli Castellanos Gutiérrezhas quotedlast month
    Cruzaron miradas fugaces. Una vez más, se había dicho algo que los incluía en un futuro común.
  • Yaneli Castellanos Gutiérrezhas quoted2 months ago
    la casa pronto la llenó de un júbilo tan grande que cerró los ojos en un intento por atrapar esa felicidad, por impedir que el momento pasara.
  • Jeroaméhas quoted2 months ago
    —Qué silencio —dijo él, y por primera vez bajó la voz—. Escucha. A veces, desde esta casa se oye el mar. Esta noche solo se oye el viento.
  • Jeroaméhas quoted2 months ago
    mientras la luz tenue y temblorosa del fuego empujaba las sombras hacia los rincones
  • Dianela Villicaña Denahas quoted6 months ago
    Supongo que debería hacer un esfuerzo, pero la verdad es que no la echo mucho de menos. ¿Tú crees que es muy malvado por mi parte? Y con el paso del tiempo, me temo que sentiré aún menos la pérdida. —No pudo contener una sonrisa mientras se aplicaba protector labial—. No. No la echo de menos, pero la policía parece que… —Dejó la frase en suspenso, pronunció las palabras con deliberada lentitud, como el vaho de su aliento en el aire frío
  • Dianela Villicaña Denahas quoted6 months ago
    Me ha gustado cómo te has desenvuelto al teléfono. Demuestra una capacidad de aprendizaje innata. Con la salvedad —la sonrosada cara giró sobre el sonrosado cuello para atisbar la cocina—, con la salvedad del desliz con el coche, eres… brillante. Más aún. Lista. Astuta. Una superviviente.
    Sobrevive.
    La niña estaba llenando el hervidor con agua del grifo. Cuando habló, no miró al hombre.
    —Mi padre dice que la inteligencia es la habilidad de comprender con rapidez la realidad.
  • Dianela Villicaña Denahas quoted6 months ago
    No seas pesada. Aquel sábado yo también pensaba hacerte una visita. Cuando salimos de la oficina, mentí. Le dije a mi querida madre que quería ver a los vecinos antes de que cerraran la casa para irse a Florida. Pero en cuanto llegamos al camino ella se dio cuenta de por qué quería venir en realidad. Mi querida madre adivinó mis intenciones. Aparcados ahí fuera, delante de la casa, tuvimos una gran discusión. Me prohibió volver a venir aquí. Me dijo que hablaría con tu padre. A solas. Sobre mí, seguramente. ¿Me crees muy paranoico por pensarlo? Pues es cierto. Pero ya no tiene importancia. Esperé a que ella se fuera. Esperé mucho tiempo. Bajo la lluvia. ¿Recuerdas que llovía? Te vi salir de casa y volver a entrar. Vi llegar al mago cojo en bicicleta y luego irse, también en bicicleta. Para entonces yo estaba calado hasta los huesos y me fui caminando a casa, dejando el coche aquí.
    —Nada de eso es cierto.
    —Nunca lo sabrás. Si le preguntas al agente Ron Culo-Gordo Miglioriti, averiguarás que la policía dejó que el Bentley, del que solo yo sabía que había reaparecido misteriosamente ante la oficina, se quedara allí todo el domingo. Cerrado. Como la caja fuerte de un banco. Puesto que mi querida madre tenía el único juego de llaves, yo no podía abrirlo. El lunes, una grúa lo remolcó al taller de Podesta. Si tan brillante eres, dime qué pasó entonces. ¿Cómo abrí el coche y lo puse en marcha sin las llaves?
  • Dianela Villicaña Denahas quoted6 months ago
    Una llave, que la niña no alcanzó a oír desde arriba, tintineó en la cerradura de la puerta principal, un sonido tan tenue como el de una hoja que roza una ventana.
    La puerta se abrió en silencio y el haz blanco y bien definido de una linterna barrió el recibidor. Una silueta pasó de la pálida oscuridad de la noche a la del interior de la casa, cerró la puerta sin hacer ruido y volvió a echar la llave
  • Dianela Villicaña Denahas quoted6 months ago
    La noche, una presencia viva, se hallaba en perpetuo movimiento, cambiaba, suspiraba, respiraba. Rynn se preguntó si quizá también ella, la noche, estaba tratando de entrar en calor
  • Dianela Villicaña Denahas quoted6 months ago
    Rynn cerró los ojos con fuerza en un intento por escapar de la máscara sin vida que era Mario. Se dijo que aquellos dos no estaban siendo desconfiados, era solo la forma directa de hablar propia de los niños. Los niños eran así. Se recordó que conocía a pocos niños. No. No era cierto. No conocía a ninguno; Mario no contaba. Él no era un niño. Era una persona, no una de aquellas criaturas devoradoras de chocolate y lectoras de cómics, tan exigentes. ¿Los niños ingleses también eran así? ¿Tan francos con cualquiera? Oyó al niño, que seguía con sus exigencias
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