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Alicia Hernández Chávez,Yovana Celaya Nández,Sergio Quezada

Yucatán

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    En este ambiente de desfallecimiento, José María Barrera encontró, cerca del pueblo de Kanpocolché, un árbol con tres pequeñas cruces estampadas, y por medio de un ventrílocuo, llamado Manuel Nahuat, se encargó de difundir que las cruces habían descendido del cielo para alentarlos en su guerra contra los blancos. Al lugar del hallazgo se le llamó Chan Santa Cruz, y pronto se convirtió en un centro de atracción religiosa al que llegaban peregrinos de toda la península para adorar a las cruces. También hacían oraciones y los principales dirigentes esperaban sus mensajes. El 21 de marzo de 1850 las tropas del gobierno atacaron el santuario; Barrera logró escapar pero Nahuat falleció. Las cruces continuaron emitiendo sus mensajes a los indios insurrectos, pero por escrito mediante Juan de la Cruz Puc. Cuando el comandante general Rómulo Díaz de la Vega —militar de carrera oriundo de la Ciudad de México— llegó al santuario en 1852, ordenó cortar el árbol, pero nada logró, pues los indios continuaron con el culto, y la influencia política de Chan Santa Cruz comenzó a extenderse a un conjunto de pequeñas rancherías indígenas ubicadas en el camino a Bacalar. De acuerdo con algunas estimaciones, entre 1860 y 1871 en estos asentamientos vivían entre 35 000 y 40 000 mayas conocidos como cruzob
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    Los rebeldes continuaron su avance con dirección a Mérida y Campeche, pero a seis leguas de la primera ciudad y a una de la segunda empezaron a retroceder, ante la sorpresa generalizada de los asediados. La razón por la cual los mayas suspendieron el asalto final aún no se ha dilucidado. Los estudiosos mencionan la cercanía de las lluvias para iniciar las siembras, la falta de municiones, las bajas en sus filas, las diferencias entre ellos y el temor de que Campeche y Mérida estuvieran mejor fortificadas. Fuere una, otra o todas, las fuerzas gubernamentales aprovecharon el retroceso indígena para pasar a la contraofensiva, que se caracterizó por su crueldad. A partir de ese momento las divisiones entre los dirigentes rebeldes se hicieron evidentes. El 13 de diciembre de 1848 Cecilio Chi fue asesinado, y en septiembre de 1849 Florentino Chan y Venancio Pec desconocieron a Pat porque estableció la pena de azotes e impuso el servicio de semaneros. Finalmente Pec asesinó a Pat. Estos sucesos afectaron el ánimo de los sublevados y sus acciones militares disminuyeron. Ante la nueva situación el gobierno yucateco estableció nuevas pláticas con los jefes indígenas, pero fueron infructuosas
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    Tratados de Guadalupe Hidalgo, y la ayuda mexicana se materializó con el envío de la módica cantidad de 30 000 pesos y 2 000 fusiles. Sin opción y finiquitada la guerra con Estados Unidos, el 17 de agosto de 1848 Barbachano decretó que Yucatán formaba parte de la nación mexicana, reconocía los poderes supremos nacionales y la sujeción de la entidad al régimen federal y a la Constitución general de 1824; derogaba la local de 1841, restablecía la de 1825 y convocaba a elecciones para diputados federales y poderes estatales
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    Miguel Barbachano continuó con la política exterior de Méndez, y en abril de 1848 envió a Pedro Regil de Estrada y a Joaquín García Rejón a La Habana con el objetivo de insinuar la agregación de Yucatán a España, siempre y cuando este país estuviera de acuerdo y no hubiera oposición de una tercera potencia; de no concretarse esta propuesta, ofrecerían en venta la isla de Cozumel e hipotecarían parte de la renta pública.
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    Al quedar sin efecto los tratados, la guerra continuó con éxito para los indios, pues sus ejércitos eran numéricamente superiores, contaban con armamento y municiones ingleses introducidos por Belice, y su conocimiento de los montes les permitía desarrollar una táctica militar sustentada en las emboscadas. Los recursos del bando contrario estaban agotados y Yucatán no tenía una definición clara respecto a su relación con los poderes nacionales, lo que impedía a Barbachano contar con el apoyo de México. En estas circunstancias, las autoridades gubernamentales se vieron obligadas a solicitar ayuda extranjera. El primer apoyo en armamento lo había enviado Cuba en marzo de 1848, pero al gobierno yucateco le resultaba claro que la ayuda exterior no se obtendría de manera gratuita. Así pues, el 25 de marzo de 1848 Méndez, aún gobernador, ofreció a los gobiernos de Estados Unidos, España y Gran Bretaña “el dominio y soberanía del país, a la [nación] que se haga cargo de salvarlo”. Sin embargo, James Polk, presidente de Estados Unidos, declaró que no permitiría que Yucatán se anexara a ninguna potencia
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    Ambos bandos designaron a sus respectivas comisiones e iniciaron las pláticas en el pueblo de Tzucacab, y el 19 de abril de 1848 acordaron abolir las contribuciones personales, reducir los derechos de bautismo y casamiento, disfrutar libremente los montes (sin renta ni amenaza de embargo), liberar a todos los sirvientes endeudados, designar a Barbachano y a Pat gobernadores vitalicios (el primero de los blancos y el segundo de los indios), devolver todos los rifles confiscados y abolir los impuestos a la destilación de aguardiente. Todas estas medidas fueron aprobadas y firmadas, pero Cecilio Chi las desconoció, pues no estaba de acuerdo con las gubernaturas vitalicias y porque su deseo era, según se dice, acabar con los blancos
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    Ante el avance de los rebeldes y con el fin de apaciguar sus ánimos, el 26 de enero de 1848 Méndez, gobernador electo desde octubre de 1847, suprimió la contribución eclesiástica y, para no enemistarse con la Iglesia, le ofreció hacerse cargo de sus gastos; prometió nombrar hidalgos y exentar de la contribución personal a todos los indígenas que se adhirieran al gobierno como soldados; declaró la amnistía para los que se sometieran y comisionó a Barbachano para negociar la paz con Jacinto Pat. Durante las pláticas los rebeldes pidieron la reducción de la contribución personal de 18 reales anuales a 12, el derecho de matrimonio a 10 reales y el de bautismo a tres, y la devolución de las armas decomisadas. Pero los esfuerzos conciliadores fracasaron. Las hostilidades continuaron, y para esas fechas los insurrectos se habían fortalecido con la incorporación de los sirvientes de haciendas y ranchos azucareros. En el ínterin Canuto Vela tradujo la carta pastoral del 2 de febrero de 1848 del obispo José María Guerra, en la que recriminaba la profanación de la iglesia de Tixcacalcupul, y la envió a los líderes mayas. Además, Vela mandó otra a Pat y Chi exhortándolos a cesar las matanzas. El primero ofreció la paz si se abolía la contribución personal; el segundo guardó silencio, mientras que los demás líderes, resentidos por los agravios cometidos contra su raza, le reprocharon al obispo su silencio “cuando los blancos mataban a los indios, que tan tardíamente se acordaran de que existía un Dios verdadero”, y por medio del prelado concedían a las fuerzas militares gubernamentales 24 horas para rendirse
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    ARAÍZ DE LA MATANZA DE CLAUDIO VENEGAS, Yucatán entró, al menos hasta 1857, en una etapa de luchas intensas entre blancos y mayas, pues los indígenas no depusieron las armas. Encabezados por Bonifacio Novelo, comenzaron a dedicarse al asalto en las inmediaciones de Valladolid. Se intentó controlarlos por la vía armada, pero se refugiaban en los montes, de donde salían de vez en vez para continuar con sus ataques. El desorden cundía en Yucatán. Indígenas y núcleos de fuerzas pronunciadas desparramados por los montes se dedicaron a saquear pueblos, y el ejército, desorganizado, era incapaz de someterlos. Las finanzas públicas se encontraban en bancarrota más que nunca; en fin, el aparato estatal estaba en una situación crítica y caótica. En este ambiente, el 24 de mayo de 1847 Santiago Méndez y Domingo Barret convocaron a una “Junta de Notables” que, con el título de asamblea extraordinaria, llamó a elecciones para el 1° de julio.
    Pero pocos días después, el 18 de julio de 1847, en la hacienda Culumpich, propiedad de Jacinto Pat, se descubrió que éste conspiraba junto con Bonifacio Novelo, Cecilio Chi y Manuel Antonio Ay. El último fue detenido, y el día 26 se le pasó por las armas. Fuerzas militares se dirigieron a capturar a los demás líderes, pero al no encontrarlos saquearon el pueblo de Tepich, ultrajaron a una niña de entre 10 y 12 años y fusilaron a cuatro indios por “conato de conspiración”. Cuatro días más tarde Chi, cacique de ese pueblo, al grito de “mueran los blancos”, según el Diario Oficial, lo incendió y asesinó a 30 familias. Con esta acción se iniciaba la llamada Guerra de Castas. Cuando la conjura fue descubierta, los líderes aún no se habían puesto de acuerdo en cuanto a sus intenciones. Ay, antes de ser pasado por las armas, se había pronunciado por expulsar a los blancos de la península; Chi, por eliminarlos; Pat, cacique de Tihosuco, por imponer a Miguel Barbachano como gobernador, y Novelo, por reducir la contribución personal a un real
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