Sin embargo, la corriente que impulsaría esa suerte de cambio transatlántico en el diseño de Silicon Valley no se originó en Gran Bretaña, sino en una icónica startup, fundada en 1976 en un garaje por el extraño equipo que formaban Steve Jobs y Steve Wozniak. De todos es conocida la historia de cómo el supuestamente introvertido Woz improvisó una placa con circuitos, la conectó a un teclado y a su televisor en blanco y negro, y dio vida al Apple I. Wozniak presentó aquel rudimentario ordenador en el Linear Accelerator Center de Stanford (SLAC) donde celebraba sus reuniones quincenales el Homebrew Computer Club. Dice la leyenda que, mientras la multitud analizaba el innovador microordenador de Wozniak, Jobs se ocupaba de analizar a la multitud. (144)
Los aficionados del Homebrew Computer Club y de la revista Popular Electronics que compraban las placas de circuitos ensambladas por Apple en la tienda Byte de Mountain View, los llevaban a casa y los empaquetaban en cajas de madera engleteadas y carcasas de metal con remaches. Wozniak continuó haciendo mejoras técnicas (color, gráficos de alta resolución, velocidad, código más ágil y menos chips), mientras Jobs perseguía la idea de un ordenador concebido como un producto integral y autónomo, más parecido a un electrodoméstico que a un dispositivo informático: “Me empeñé en que el ordenador estuviera en una caja de plástico”, admitió ante el primero de los muchos cronistas de Apple