—Estás enferma… —le digo, retrocediendo para alejarme de ella—. ¿No sientes ningún remordimiento? Hemos matado a nuestros amigos.
—Eran soldados —repone Helene—. Soldados del Imperio muertos en combate, muertos con honor. Les rendiré homenaje, los lloraré, pero no me arrepentiré de lo que he hecho. Lo he hecho por el Imperio. Por mi gente. —Da vueltas de un lado al otro—. ¿No lo entiendes, Elias? Las Pruebas son más importantes que tú y que yo. Más importantes que nuestra culpa, que nuestra vergüenza. Somos la respuesta a una pregunta de quinientos años. Cuando falle el linaje de Taius, ¿quién dirigirá el Imperio? ¿Quién cabalgará al frente de un ejército de medio millón de hombres?
—¿Qué pasa con nuestros destinos? ¿Con nuestras almas?
—Nos robaron el alma hace mucho tiempo, Elias.