Durante años y años, mi cuerpo se hinchaba ligeramente todos los meses, remedando la maternidad, anhelando concebir, llevando luto por la decisión que tanto mi corazón como mi mente habían tomado de no traer nunca un hijo al mundo. Rechazaba la idea de formar parte de una raza, rechazaba la idea de aceptar una nación. Lo único que deseaba, y deseo todavía, era observar a la gente que lo hace. No tengo coraje para soportar el crimen que supone aceptar esas identidades, algo que ahora sé mejor que nunca. ¿No soy nada, entonces? No lo creo así, pero, si no ser nada es una condena, entonces estaré encantada de ser condenada