Bajo su pluma, el paranoico quedaba, pues, descrito como un «mal soldado», un alumno siempre castigado, un autodidacta admirado por los porteros o un pobre rebelde cuya voluntad de «liberación panteística» (sic) no era sino la expresión de un delirio: «Puede convertirse», escribía, «si la fortuna lo coloca en el curso recto de los acontecimientos, en un reformador de la sociedad, de la sensibilidad, un gran intelectual.»9